Llama la atención que la imagen de Guadalupe tenga dos caras, la de la Virgen y la de una persona a la que se le da el nombre de ‘angelito’ porque tiene alas de tres colores; y más sorprendente, que es solamente un ‘angelito’ y no muchos de cara blanca, que en medio de nubes rodean a la Virgen, mirando al cielo. Esto nos hace sospechar que el ‘angelito’, no es tal.
Algunos conocedores de los símbolos indígenas creen por esto que más que un ‘angelito’, es el símbolo del pueblo. Sus rasgos lo delatan: su cara es redonda; de frente amplia, nariz chata, pelo negro, escaso, y piel café; tal como es la cara de la mayoría de los mexicanos. La figura del pueblo está formada, además, por un pedazo de tórax de donde brotan sus dos brazos que terminan con unas manos en las que sobresalen los dedos pulgares que agarran firmemente la punta del manto de la imagen de la Virgen. Sus ojos negros miran hacia abajo con cierto aire de tristeza.
La figura del pueblo no está completa; parece hundida. Y entre el pueblo hundido y la Virgen de Guadalupe se encuentra una luna negra, que para nuestros antepasados indígenas, era el signo de la diosa de la muerte y del sufrimiento. Y vaya que en el año 1531 en que pasa este gran acontecimiento llamado Aparición, el pueblo estaba siendo conquistado, asesinado, ninguneado, tratado como animal, en una palabra, destruido. La luna negra era un símbolo que llegaba hasta lo profundo del sentir del pueblo mexica.
La imagen no pisa al pueblo; tampoco lo sostiene o le tiende la mano para sacarlo de la postración en que se encuentra. La Virgen de Guadalupe está de pie; tan cerca del pueblo que está a su alcance a fin de que éste pueda asirse de ella. La imagen pide un esfuerzo de parte del pueblo. El pueblo se esfuerza como lo muestras sus brazos y sus manos. La imagen no presenta a la Virgen jalando al pueblo hacia arriba; el pueblo muestra en la imagen que el esfuerzo es de él. Ya existe un punto de donde agarrarse, el manto; sin embargo del pueblo depende levantarse y salir del hundimiento.
La imagen es muy concreta en su hablar simbólico. En las creencias populares, representadas en los pocos códices anteriores a la conquista que aún se conservan, los dioses son casi siempre dibujados con alas de distintos colores, ya que ellos son quienes llevan a lo alto al pueblo, facilitándole su acceso a los cielos imaginados por los pueblos antiguos. La imagen impacta porque coloca en los hombros del pueblo hundido, alas de varios dioses que no han podido sacarlo del hundimiento. A pesar de las alas divinas, el pueblo se encuentra rebajado, debajo de su nivel. La única esperanza es la Madre del Tepeyac, la que cariñosamente llamamos, Virgencita de Guadalupe. Ella está cerca, para invitarnos a hacer un esfuerzo por nosotros mismos. Ella esta al alcance de nosotros, no sólo para no hundirnos más, sino sobre todo para ser el punto de apoyo para salir del hundimiento en que vivimos. En esta parte de la imagen nos prueba en signos sencillos que ella tiene confianza en las capacidades del pueblo. No nos quiere hacer atenidos y dependientes; quiere que nos pongamos de pie con su apoyo, pero sin suplirnos. Si el pueblo no se levanta por el mismo, pues la Virgen es la única que sigue creyendo en él, el pueblo no tiene por que creer que la Virgen lo va a levantar y liberar manteniéndose con los brazos cruzados en espera de milagros. Él es capaz de hacerlo por él mismo. La Virgen así lo muestra en su imagen; y a sus devotos(as) corresponde responder a este mensaje.
Algo parecido le pasaba al pueblo en relación con las estrellas; su vida dependía de lo que le decían los estudiosos, generalmente sus sacerdotes, que continuamente leían la posición de las estrellas, en las que pretendían descifrar el destino y la suerte del pueblo. El estado de ánimo del pueblo antiguo se movía al ritmo de los astros. Sin éstos señalaban una desgracia, el pueblo se sentía incapaz de transformarla, simplemente la esperaba, como destino señalado por sus dioses, ya que nada, ni siquiera una hoja de los árboles, se movía sin su voluntad. Tal era la pasividad y el espíritu de vencidos, que el único recurso era pedirle a Dios que no fuera malo y encomendarnos a la multitud de dioses que por favor nos hicieran el milagro de sacarnos de dicho atolladero. La dependencia era total: ‘es la voluntad de Dios’; ‘no hay de otra’; ‘Dios así lo quiere’; déjaselo a Dios’. Son frases que reflejan una mentalidad de alguien que no es persona, que no valora que Dios lo hizo a su imagen y semejanza, con capacidades suficientes para construir su vida a su gusto. A pesar de que existen graves problemas y sufrimientos como lo muestra la luna negra; a pesar de que el pueblo está hundido, la imagen enseña que los dioses alados que llevan al cielo sin pedir ningún esfuerzo, no sirven de nada, ya que el pueblo seguirá igual de oprimido y ninguneado. En una palabra, hundido.
La Virgen se pone en su manto las estrellas del firmamento. Nos quiere decir que ya no pretendamos descifrar nuestra suerte fuera de nuestro mundo. Ella, vestida de estrellas, se hace ‘el lugar’ en que debemos de leer nuestro futuro, nuestra suerte. Ya no es necesario voltear los ojos a lo alto del firmamento y depender de cosas que son criaturas en que nos hemos engañado a nosotros mismos. Ella es quien menor descifra nuestra realidad. Y este desciframiento es muy sencillo:
La Virgen muestra que ella está cerca; que nunca dejará a nuestro pueblo; pero que no viene a resolvernos los problemas. Ella cree en el pueblo que hace esfuerzos, como lo muestran los brazos del pueblo hundido; aquel pueblo que se esfuerza, merece ser parte integrante de su imagen; ella sabe que estamos hundidos, no realizados, incompletos, pero al mismo tiempo cree en nuestras capacidades. No porque es nuestra, nos quita la responsabilidad de asumir nuestra existencia de pueblo oprimido. Cree que somos capaces de salir, de liberarnos.
Esta situación continúa. Muchos que se dicen no sólo ‘devotos’, sino ‘devotísimos’ de la Virgen de Guadalupe, la consideran como milagrera. Van a su santuario para encargarle problemas y pedirle que se los resuelva sin mover ellos ni siquiera un dedo, no digamos los brazos. Le encargan que les haga el milagro de que su hijo ya no se emborrache, sin ellos mover un dedo para asistir a las reuniones de familiares de Alcohólicos Anónimos; le piden el milagro de que lo saque de la pandilla, sin unirse a organizaciones del barrio que tratan de ofrecer alternativas de trabajo y deporte para los jóvenes; pide milagros de curación a la ‘virgencita’, habiendo tirado el dinero de su trabajo en fiestas y coches lujosos que le impiden tener dinero para el doctor; le piden el milagro de que no les caiga la migra, pero no mueven un dedo para unirse a gente que busca soluciones. En una palabra espera que la virgencita se convierta en ‘diosa con alas’.
La imagen que, como dijimos en el artículo pasado, es un códice, re-crea anhelos del pueblo. Ante el caos de la conquista que destruyó al pueblo; que le llevó a sentirse abandonado por sus dioses con alas, desvalorado ante otros pueblos, oprimido, se inaugura un nuevo orden, un nuevo cosmos. El pueblo indígena re-encuentra en esta Señora, que se viste de sus símbolos religiosos más sagrados y que se presenta como la mamá de sus grandes dioses, el sentido destruido. Es para ellos in xochitl in cuicatl, —verdad heredada de sus antepasados—, porque da sentido de Vida, a su vida.
La imagen, por ser simbólica, posee una gran reserva de sentido, lo que permite que en cada contexto histórico, pueda ser re-interpretada. Contiene una sobreabundancia de sentido que dará sentido de vida a generaciones futuras. Si fue sentido para nuestros antepasados que sufrían la matanza y destrucción de la conquista en el año 1531, sigue dando sentido en épocas y en situaciones parecidas. A través de los siglos ha seguido ofreciendo sentido. Basten unos ejemplos. En la segunda mitad del siglo XVII (año 1650) y principios del siglo XVIII (año 1700), es interpretado en nuevas situaciones históricas. Se lee con la ayuda del capítulo 12 del Apocalipsis, en un contexto de tensiones entre los nacidos en el continente americano y los nacidos en la península ibérica, lo que hoy es España. Los primeros son llamados ‘criollos’ y los segundos ‘gachupines’. Lo que dice el Apocalipsis: “Esta mujer, aparecida como señal grandiosa en el cielo, vestida de sol, con la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas sobre su cabeza que está embarazada y le ha llegado la hora de dar a luz”, es La Virgen María, madre de todos los mexicanos, no sólo de los indígenas, sino también de los españoles nacidos en México —los ‘criollos’. En el movimiento independentista del siglo XIX (año 1810), la interpretan como aquella que camina al frente de los que luchan por la noble causa independentista. Después de la independencia, desde una mentalidad crítico-racionalista y antiaparicionista, se interpreta ‘esta leyenda guadalupana’, como la creadora y el origen de la Patria mexicana. La Basílica de Guadalupe se convierte así en ‘santuario nacional’ que confiere ‘identidad nacional’. Recientemente, desde una opción por los pobres se relee magistralmente el mito del Nican Mopohua como la buena noticia en que se encuentra el sentido de la liberación de los oprimidos, promesa que ya María había anunciado desde el Magnificat, al cantar “que los hundidos serán levantados y los poderosos serán destronados”. En Estados Unidos, los llamados ‘hispanos’, desde la realidad del mestizaje de pueblos en las Américas, Guadalupe sirve para identificarse orgullosamente como pueblo mestizo, hecho que se relee desde la “re-actualización y desvelamiento de la presencia de Jesús de Nazaret, tal como él actúa a través de una realidad multicultural. El hijo del Padre viene de Galilea, tierra de mezcla de pueblos, que se confronta con los poderes del centro, Jerusalén.
El Evangelio no sólo tiene un plus que ofrecer a las culturas para revitalizar y actualizar sus símbolos y sus mitos, en función de una interpretación nueva que incida en los ‘mundos’ de lo material y del poder; sino ofrece algo distinto y nuevo a la cultura en la que se encarna. Así la cultura evangelizada, expresa el cristianismo desde dentro de su cultura con sus propias y peculiares manifestaciones, símbolos y rituales.
Hay momentos en que la consideración del pasado constituye la verdad del presente. Le manifiesta el sentido y su razón más profunda. Viéndolo más de cerca, el pasado deja de ser pasado. Es una forma de vivir el presente. Estaba allí el pasado, pero no había ojos para verlo. La presencia experimental del presente, crea ojos nuevos para ver cosas antiguas y entonces éstas se convierten en nuevas como el presente (…) La vida esta hecha de relecturas del pasado. Cada decisión importante del presente abre nuevas visiones del pasado. Cada hecho gana sentido en cuanto hilo conductor y secreto que cargaba latente con el futuro que ahora se hace presente. El hecho pasado anticipa, prepara, simboliza el futuro. Asume un carácter sacramental.
Algunos conocedores de los símbolos indígenas creen por esto que más que un ‘angelito’, es el símbolo del pueblo. Sus rasgos lo delatan: su cara es redonda; de frente amplia, nariz chata, pelo negro, escaso, y piel café; tal como es la cara de la mayoría de los mexicanos. La figura del pueblo está formada, además, por un pedazo de tórax de donde brotan sus dos brazos que terminan con unas manos en las que sobresalen los dedos pulgares que agarran firmemente la punta del manto de la imagen de la Virgen. Sus ojos negros miran hacia abajo con cierto aire de tristeza.
La figura del pueblo no está completa; parece hundida. Y entre el pueblo hundido y la Virgen de Guadalupe se encuentra una luna negra, que para nuestros antepasados indígenas, era el signo de la diosa de la muerte y del sufrimiento. Y vaya que en el año 1531 en que pasa este gran acontecimiento llamado Aparición, el pueblo estaba siendo conquistado, asesinado, ninguneado, tratado como animal, en una palabra, destruido. La luna negra era un símbolo que llegaba hasta lo profundo del sentir del pueblo mexica.
La imagen no pisa al pueblo; tampoco lo sostiene o le tiende la mano para sacarlo de la postración en que se encuentra. La Virgen de Guadalupe está de pie; tan cerca del pueblo que está a su alcance a fin de que éste pueda asirse de ella. La imagen pide un esfuerzo de parte del pueblo. El pueblo se esfuerza como lo muestras sus brazos y sus manos. La imagen no presenta a la Virgen jalando al pueblo hacia arriba; el pueblo muestra en la imagen que el esfuerzo es de él. Ya existe un punto de donde agarrarse, el manto; sin embargo del pueblo depende levantarse y salir del hundimiento.
La imagen es muy concreta en su hablar simbólico. En las creencias populares, representadas en los pocos códices anteriores a la conquista que aún se conservan, los dioses son casi siempre dibujados con alas de distintos colores, ya que ellos son quienes llevan a lo alto al pueblo, facilitándole su acceso a los cielos imaginados por los pueblos antiguos. La imagen impacta porque coloca en los hombros del pueblo hundido, alas de varios dioses que no han podido sacarlo del hundimiento. A pesar de las alas divinas, el pueblo se encuentra rebajado, debajo de su nivel. La única esperanza es la Madre del Tepeyac, la que cariñosamente llamamos, Virgencita de Guadalupe. Ella está cerca, para invitarnos a hacer un esfuerzo por nosotros mismos. Ella esta al alcance de nosotros, no sólo para no hundirnos más, sino sobre todo para ser el punto de apoyo para salir del hundimiento en que vivimos. En esta parte de la imagen nos prueba en signos sencillos que ella tiene confianza en las capacidades del pueblo. No nos quiere hacer atenidos y dependientes; quiere que nos pongamos de pie con su apoyo, pero sin suplirnos. Si el pueblo no se levanta por el mismo, pues la Virgen es la única que sigue creyendo en él, el pueblo no tiene por que creer que la Virgen lo va a levantar y liberar manteniéndose con los brazos cruzados en espera de milagros. Él es capaz de hacerlo por él mismo. La Virgen así lo muestra en su imagen; y a sus devotos(as) corresponde responder a este mensaje.
Algo parecido le pasaba al pueblo en relación con las estrellas; su vida dependía de lo que le decían los estudiosos, generalmente sus sacerdotes, que continuamente leían la posición de las estrellas, en las que pretendían descifrar el destino y la suerte del pueblo. El estado de ánimo del pueblo antiguo se movía al ritmo de los astros. Sin éstos señalaban una desgracia, el pueblo se sentía incapaz de transformarla, simplemente la esperaba, como destino señalado por sus dioses, ya que nada, ni siquiera una hoja de los árboles, se movía sin su voluntad. Tal era la pasividad y el espíritu de vencidos, que el único recurso era pedirle a Dios que no fuera malo y encomendarnos a la multitud de dioses que por favor nos hicieran el milagro de sacarnos de dicho atolladero. La dependencia era total: ‘es la voluntad de Dios’; ‘no hay de otra’; ‘Dios así lo quiere’; déjaselo a Dios’. Son frases que reflejan una mentalidad de alguien que no es persona, que no valora que Dios lo hizo a su imagen y semejanza, con capacidades suficientes para construir su vida a su gusto. A pesar de que existen graves problemas y sufrimientos como lo muestra la luna negra; a pesar de que el pueblo está hundido, la imagen enseña que los dioses alados que llevan al cielo sin pedir ningún esfuerzo, no sirven de nada, ya que el pueblo seguirá igual de oprimido y ninguneado. En una palabra, hundido.
La Virgen se pone en su manto las estrellas del firmamento. Nos quiere decir que ya no pretendamos descifrar nuestra suerte fuera de nuestro mundo. Ella, vestida de estrellas, se hace ‘el lugar’ en que debemos de leer nuestro futuro, nuestra suerte. Ya no es necesario voltear los ojos a lo alto del firmamento y depender de cosas que son criaturas en que nos hemos engañado a nosotros mismos. Ella es quien menor descifra nuestra realidad. Y este desciframiento es muy sencillo:
La Virgen muestra que ella está cerca; que nunca dejará a nuestro pueblo; pero que no viene a resolvernos los problemas. Ella cree en el pueblo que hace esfuerzos, como lo muestran los brazos del pueblo hundido; aquel pueblo que se esfuerza, merece ser parte integrante de su imagen; ella sabe que estamos hundidos, no realizados, incompletos, pero al mismo tiempo cree en nuestras capacidades. No porque es nuestra, nos quita la responsabilidad de asumir nuestra existencia de pueblo oprimido. Cree que somos capaces de salir, de liberarnos.
Esta situación continúa. Muchos que se dicen no sólo ‘devotos’, sino ‘devotísimos’ de la Virgen de Guadalupe, la consideran como milagrera. Van a su santuario para encargarle problemas y pedirle que se los resuelva sin mover ellos ni siquiera un dedo, no digamos los brazos. Le encargan que les haga el milagro de que su hijo ya no se emborrache, sin ellos mover un dedo para asistir a las reuniones de familiares de Alcohólicos Anónimos; le piden el milagro de que lo saque de la pandilla, sin unirse a organizaciones del barrio que tratan de ofrecer alternativas de trabajo y deporte para los jóvenes; pide milagros de curación a la ‘virgencita’, habiendo tirado el dinero de su trabajo en fiestas y coches lujosos que le impiden tener dinero para el doctor; le piden el milagro de que no les caiga la migra, pero no mueven un dedo para unirse a gente que busca soluciones. En una palabra espera que la virgencita se convierta en ‘diosa con alas’.
La imagen que, como dijimos en el artículo pasado, es un códice, re-crea anhelos del pueblo. Ante el caos de la conquista que destruyó al pueblo; que le llevó a sentirse abandonado por sus dioses con alas, desvalorado ante otros pueblos, oprimido, se inaugura un nuevo orden, un nuevo cosmos. El pueblo indígena re-encuentra en esta Señora, que se viste de sus símbolos religiosos más sagrados y que se presenta como la mamá de sus grandes dioses, el sentido destruido. Es para ellos in xochitl in cuicatl, —verdad heredada de sus antepasados—, porque da sentido de Vida, a su vida.
La imagen, por ser simbólica, posee una gran reserva de sentido, lo que permite que en cada contexto histórico, pueda ser re-interpretada. Contiene una sobreabundancia de sentido que dará sentido de vida a generaciones futuras. Si fue sentido para nuestros antepasados que sufrían la matanza y destrucción de la conquista en el año 1531, sigue dando sentido en épocas y en situaciones parecidas. A través de los siglos ha seguido ofreciendo sentido. Basten unos ejemplos. En la segunda mitad del siglo XVII (año 1650) y principios del siglo XVIII (año 1700), es interpretado en nuevas situaciones históricas. Se lee con la ayuda del capítulo 12 del Apocalipsis, en un contexto de tensiones entre los nacidos en el continente americano y los nacidos en la península ibérica, lo que hoy es España. Los primeros son llamados ‘criollos’ y los segundos ‘gachupines’. Lo que dice el Apocalipsis: “Esta mujer, aparecida como señal grandiosa en el cielo, vestida de sol, con la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas sobre su cabeza que está embarazada y le ha llegado la hora de dar a luz”, es La Virgen María, madre de todos los mexicanos, no sólo de los indígenas, sino también de los españoles nacidos en México —los ‘criollos’. En el movimiento independentista del siglo XIX (año 1810), la interpretan como aquella que camina al frente de los que luchan por la noble causa independentista. Después de la independencia, desde una mentalidad crítico-racionalista y antiaparicionista, se interpreta ‘esta leyenda guadalupana’, como la creadora y el origen de la Patria mexicana. La Basílica de Guadalupe se convierte así en ‘santuario nacional’ que confiere ‘identidad nacional’. Recientemente, desde una opción por los pobres se relee magistralmente el mito del Nican Mopohua como la buena noticia en que se encuentra el sentido de la liberación de los oprimidos, promesa que ya María había anunciado desde el Magnificat, al cantar “que los hundidos serán levantados y los poderosos serán destronados”. En Estados Unidos, los llamados ‘hispanos’, desde la realidad del mestizaje de pueblos en las Américas, Guadalupe sirve para identificarse orgullosamente como pueblo mestizo, hecho que se relee desde la “re-actualización y desvelamiento de la presencia de Jesús de Nazaret, tal como él actúa a través de una realidad multicultural. El hijo del Padre viene de Galilea, tierra de mezcla de pueblos, que se confronta con los poderes del centro, Jerusalén.
El Evangelio no sólo tiene un plus que ofrecer a las culturas para revitalizar y actualizar sus símbolos y sus mitos, en función de una interpretación nueva que incida en los ‘mundos’ de lo material y del poder; sino ofrece algo distinto y nuevo a la cultura en la que se encarna. Así la cultura evangelizada, expresa el cristianismo desde dentro de su cultura con sus propias y peculiares manifestaciones, símbolos y rituales.
Hay momentos en que la consideración del pasado constituye la verdad del presente. Le manifiesta el sentido y su razón más profunda. Viéndolo más de cerca, el pasado deja de ser pasado. Es una forma de vivir el presente. Estaba allí el pasado, pero no había ojos para verlo. La presencia experimental del presente, crea ojos nuevos para ver cosas antiguas y entonces éstas se convierten en nuevas como el presente (…) La vida esta hecha de relecturas del pasado. Cada decisión importante del presente abre nuevas visiones del pasado. Cada hecho gana sentido en cuanto hilo conductor y secreto que cargaba latente con el futuro que ahora se hace presente. El hecho pasado anticipa, prepara, simboliza el futuro. Asume un carácter sacramental.