Lo que contamina al hombre
El evangelio de hoy dice que algunos discípulos “comían con manos impuras”… (Mc 7,1). La exigencia del sí o el no del domingo pasado debe atemperarse con el sentido realista de la misericordia porque, puestos “contra las cuerdas”, todos optaríamos por marcharnos, como los discípulos del evangelio de Juan o como el “joven rico”. Al final, resuena en nosotros de nuevo el “¿A quién vamos a ir?”, como dice Pedro.
Tenemos las manos manchadas, es verdad, pero queremos seguir a Jesús. Jesús nos exige sin rechazarnos. La “limpieza exterior”, muchas veces, es sólo una pintura para disimular lo indisimulable. Pero Dios ve el corazón, no las apariencias, y prefiere un corazón contrito que unas manos limpias. Por que el problema está en el corazón, no en las manos. Las manos sucias no manchan a Cristo si no lo que sale de tu corazón.
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